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50 años de arte técnico y espectáculo rudo

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Vanesa Robles

Con medio siglo de vida, la arena Coliseo de Guadalajara es el diván de los que no se imaginan en un consultorio de terapia Gestalt. “No me importa pagar 60 pesos cada martes si la mentada de madre me sale a 20 centavos y me voy de aquí ligerito”, explica Ramiro Rentería, aluminero del oriente de la ciudad. Está enfundado en una playera negra —la oficial de la porra—, con leyendas que desafían todas las reglas de la economía liberal. En la espalda: “1000% pobre y me trajo tu mamá”. A todo pecho: “Putos los de abajo”.
Acá, en el palacio de la calle de Medrano, barrio de Analco, los de arriba son los pobres y los de abajo los ricos. Se le puede mentar la madre a un rico 15 veces, pero el clasismo del desquite queda en broma: “¡Tu mamá es mi chacha!”.
Los martes, a partir de las ocho y media de la noche, quienes llegaron en automóvil de lujo, es decir, los de abajo, son multitud y casi todos los de arriba, unos cuarenta, son la porra 1000% Pobres. Los domingos es distinto. La mayoría llega en camión. La mayoría conoce el cartel. Todos saben a lo que vienen.
Un vistazo a las gradas superiores basta para comprender que ahí están los futuros luchadores.
Los “papayos” ocupan los asientos más cercanos al cuadrilátero, aunque los de arriba no se hacen las víctimas y, en la Coliseo, la mayoría no cambiaría su lugar. Arriba está la porra que crea frases contundentes: “¡el culo no es bodega!” y “¡gordo, ciego y pendejo!”. Arriba está el desmadre.
“Yo creo que toda la gente se aliviana aquí”, infiere Rogelio Durán, un vendedor de cueritos de cerdo en vinagre, los martes, y de chicharrón con salsa, los domingos. Su estrategia de mercadotecnia se ha afinado desde hace 35 años y parece correcta: “martes de desmadre, domingo familiar”, categoriza.
Jodidos y pudientes, niños con futuro o adultos sin esperanza se lanzan a la lucha de la representación para escarbar en lo lúdico y lo ridículo de esta vida llena de momentos para mentar la madre.

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