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Entre el esquite y la trompa, miles de posibilidades

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Unos más y otros menos, los tapatíos son tragones. Para comprobarlo no hay más que visitar cualquier parroquia, de cualquier barrio de la ciudad, un domingo. El que menos come, se echa de perdida, un vaso de esquites, una bolsa de tunas, un chayote con huevo cocido y un coco con chile. Por supuesto, los de estómago pequeño son minoría. Así, las cenadurías que sirven pozole están más llenas que los puestos de elotes, las taquerías especializadas en tripa crujiente son un paraíso al lado de los carros de tunas, los cocteles de chayote son un grano de sal al lado de las menuderías y los cocos con chile les hacen lo que el viento a Juárez a las taquerías de barbacoa.
En Guadalajara se come en la calle, y opciones hay, desde los tacos de cabeza de El Paisa (Templo de San Alfonso, Tlaquepaque) hasta las tortas ahogadas ahogadas Toño (Providencia). La gama de sabores, olores, texturas, combinaciones y anexos es múltiple y variopinta, para bien de pobres y ricos, vegetarianos y carnívoros.
La única receta para dar con el puesto más rico es aguzar el olfato y preguntar. La gula es la mejor brújula humana.

Crédito: Vanessa Robles

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